15 años han pasado ya del enorme desastre ambiental que supuso el naufragio del Prestige, un naufragio que fué la cara visible de la maraña administrativo-legal que rodeaba el buque: la propiedad de la carga, la del buque, la bandera… nada tenía una relación lógica. La gestión del naufragio tampoco fue lógica, y el resultado de todo esto lo han pagado- y lo pagan a día de hoy- la fauna, la sociedad gallega y los hábitats marinos y costeros.

Araos, alcas, frailecillos… las aves marinas pasaron a ser una especie de pesadilla para los que tuvimos la desgracia de conocer de cerca lo que allí pasó. Para nosotros, oir el nombre de un ave -más si es una que no acostumbramos a ver- induce alegría. Las pobres aves marinas que sufrieron esta catástrofe ya nunca más contagiarán alegría. Han quedado unidas a la muerte, al frío, a la impotencia de ver cómo una vez más no suponemos más que desgracias para la naturaleza.

El único hecho positivo de esta historia fué ver cómo cientos de personas, de muy diversa índole, se unieron para echar una mano: a recoger chapapote, a limpiar aves, a recogerlas por las playas… Aunque nunca se pudo, ni se podrá remediar el desastre, ahí estuvimos para aportar nuestro granito de arena.

Ojalá nunca vuelva a suceder este horror. Nunca mais.