Llegó al fin el frío y las primeras heladas empiezan a llamar a la puerta. La mayoría de especies de rapaces nocturnas de nuestro país están convenientemente preparadas para aguantar la caída de los termómetros.
La única especie no adaptada al duro invierno de la península, es el autillo (Otus scops). La razón es que a estas alturas, los autillos deberían haber abandonado nuestro territorio buscando la abundancia de la estación húmeda de África central, ya que comienzan su migración a finales de Agosto o principios de Septiembre.
El viaje supera los 3000 kilómetros de distancia en apenas unas semanas. Llama la atención la enorme proeza que supone a un ave que apenas alcanza 100 gramos y no levanta más de 20 centímetros del suelo una travesía de estas características.
Por desgracia un pequeño grupo de rezagados, y otros que no podrían ser capaces de sobrellevar tan maratoniana migración, deben permanecer en nuestro centro.
Los primeros todavía se recuperan de lesiones o de procesos infecciosos que les han dejado demasiado débiles como para ser liberados, por lo que tendrán que esperar a la vuelta del buen tiempo a principios de la primavera para volar libres.
Otros son irrecuperables, con lesiones irreversibles y deben permanecer en Brinzal todo el año. Ellos serán los encargados de cuidar a los huérfanos que ingresen el año que viene. Al tener que pasar el resto de su vida en cautividad, son los que reciben los mayores cuidados.
Todos ellos descansan ya en una instalación perfectamente acondicionada para evitar las heladas. Se trata de una caseta en la que podemos controlar las condiciones de temperatura y humedad, con grandes ventanales que permiten la entrada de luz natural. Allí serán alimentados procurando mantener el menor contacto posible con las personas, como ocurre con el resto de nuestros “pacientes”, ya que se trata de animales salvajes. Una vez pasado el frío invierno y con una puesta a punto adecuada en cuanto a peso y rehabilitación se refiere, podrán ser liberados.